** El artista que “cuando
estaba pequeñito miró las mariposas volar y aprendió a amar los colores”, como
nos canta nuestro Alí Primera, es una referencia del arte venezolano y
latinoamericano.
Daniela Saidman
Todo en él fue luz. El día se tejió en sus
trazos, la noche en sus muñecas. La vida toda en cada pincelada que supo ser
para siempre el sol que nos nace en el centro mismo de todas las certezas. La
muerte es un lienzo en blanco donde se dibujan su vida y sus andares por ella.
Armando Reverón, el
titiritero que nos cantó el padre cantor Alí Primera, vive en el arte que nos
legó, en el recuerdo de su Castillete que quiso adentrarse en el mar y que nos
devolvió su rastro simple, justo, honesto, profundo en el mar de Macuto.
El hombre que fue y el
artista que será por siempre nació en Caracas el 10 de mayo de 1889. En 1908
entró a la Academia de Bellas Artes de Caracas. Y salió en 1911 hacia España
con sus pinceles y sus colores a cuestas para estudiar en la Escuela de Bellas
Artes de Barcelona y en la Academia San Fernando de Madrid. En Francia, donde
vivió seis meses en 1914, se aproximó al impresionismo.
Meses después, en 1915
regresó a Caracas, y en 1916 dispuso sus lienzos para pintar al aire libre sus
primeros paisajes matizados de azul. Poco después, viviendo en La Guaira dio clases privadas de dibujo y pintura. En
el carnaval de 1918 conoció a Juanita Mota, su modelo e inseparable compañera. Algunos
años pasaron y en 1919 conoció a quien sería uno de sus grandes amigos y
maestros, Nicolás Ferdinandov, un pintor ruso quien de paso por Venezuela, se
interesó en los trazos del artista.
Fue en 1923 cuando Reverón
inició una de sus más emblemáticas obras, El Castillete, su morada y taller
para el resto de los días que tenía por vivir. Todo en sus haceres y sentires
era una búsqueda incesante para decir el silencio y nombrar el mundo desde la propia
experiencia, por eso buscaba entre témperas, óleos, carbones, tizas, creyones,
ladrillos, papel, cartón... todo era una herramienta posible para contar y
contarnos.
Del Castillete al blanco
Los pinceles y carboncillos
de Reverón siempre estuvieron alejados de las rutinas y el conformismo, su
pintura intensa nunca rozó la estridencia, por el contrario su obra está
signada por la armonía cromática, como si fuera el recuerdo de un sueño a la
luz de la mañana recién inaugurada.
La vida en El Castillete,
con el rumor de las aguas tras los cristales, imprimieron en Reverón una mirada
distinta del mundo y del arte. Lejos de las convenciones de la ciudad,
desarrolló una amplia percepción de la naturaleza, de la que tomó elementos y
procedimientos para incorporarlos en su obra. Entre 1924 y 1932 la producción
artística de Reverón se enmarcó, en lo que décadas después los críticos de arte
llamaron su época blanca.
En 1933 se realizó una
exposición en el Ateneo de Caracas, que significó tal vez el primer reconocimiento
público a su búsqueda interior, que luego lo llevaría a la galería Katia
Granoff de París.
Del sepia a la luz
Su período sepia comenzó
alrededor de la década del 40, a él corresponde un conjunto de lienzos pintados
en el litoral y en el puerto de La Guaira, en los que imperan los tonos
marrones del soporte de coleto. Paisajes de mar y tierra entre los que destacan
las marinas del playón. Precisamente en estos años sufrió una depresión
profunda, que lo marcaría para siempre.
Desde entonces encontró la
paz en el mundo fantástico de sus muñecas, todo a su alrededor eran voces que
decían magias y predecían augurios. Las tizas y los creyones se fundían en los
lienzos, el arte era también una manera de encontrarse.
La última de sus crisis
sucedió en 1953, el mismo año en que le fue conferido el Premio Nacional de
Pintura. Cuentan que esperanzado por este tardío estímulo, trabajaba con ahínco
para una exposición en el Museo de Bellas Artes, pero no alcanzó a terminarla.
El pintor de la luz murió en Caracas el 18 de septiembre de 1954.
Reverón el que “cuando
estaba pequeñito miró las mariposas volar y aprendió a amar los colores”, como
nos canta aún nuestro Alí Primera, es una referencia del arte venezolano y
latinoamericano. Sus desnudos, sus paisajes y sus muñecas, tienen la luz, la
textura, el color y tal vez el sabor de estas tierras. Él supo como nadie
entrar al sol y traérnoslo en sus pinceles. Él nos cantó lo más libre y lo dejó
en sus lienzos para que no se nos olvide nunca que somos Caribe, que llevamos
como sigue cantando Alí el “amarillo de su mango, azul de su litoral, con rojo
de sol poniente, pincelada al despertar”, entre los recuerdos y las ganas de
mirar el futuro.
Ojalá vuelvan los pasos
nuestros a mirarlo en El Castillete, ojalá revivan sus muñecas y su voz
despierte cerca del mar, porque Reverón, el muñequero, tiene la cualidad de
renacer cada vez, de estar vivo cuando el día se pronuncia en el sol que baña
la tierra.
El Reverón de Alí Primera
“Amarillo de su mango
azul de su litoral
con rojo de sol poniente
pincelada al despertar.
Cuando estaba pequeñito
miró las mariposas volar
y aprendió a amar los
colores
con amor supo pintar.
Reverón titiritero
Reverón el muñequero
Reverón pintor del pueblo
con pinceladas de sueños
Reverón titiritero
Reverón el muñequero
se quedó Juana la Gorda
ya no sirve de modelo.
Las desnudas de un delirio
te la pagaban con ron
cuando vivo no valías
de Bellas Artes ni hablar.
Hoy llevan Castillete
cuadros para el gran salón
te codeas con El Greco
con Picasso y con Renoir.
Las cosas de mi país
hasta cuando pasarán
que dirá Bárbaro Rivas
yo no le he compuesto naá.
El día que tu partistes
hubo tambores en el lugar
de tus ojos encontraron tus
muñecas
vestidas color fiesta de
San Juan”.
Daniela Saidman
Telf 0416-692 56 06
"Ojalá la fuerza no fuera la razón" JM Serrat
No hay comentarios:
Publicar un comentario