Esta es una revolución que ladra mucho y muerde poco; por eso nos faltan el respeto con tanta frecuencia. La política, y sobre todo la venezolana, suele ser un inmenso iceberg. Uno discute y se hala los cabellos por la puntica que ve y se queda girando en la apariencia. Cuando se asoma a las profundidades y alcanza a dar un vistazo a lo que se mueve en las aguas profundas, termina sintiéndose como un pendejo.
Por eso es mejor guardar cierta distancia, para no perder la perspectiva del todo. Que según Wikileaks, Eduardo Samán haya salido del Gobierno por las presiones de la Cámara Venezolana de Medicamentos (Caveme), por su pretensión de presentar un proyecto de ley de propiedad intelectual que protegiera los intereses nacionales y frenara la voracidad del mercado de las medicinas en el país, es un bombazo directo a la conciencia. Y que eso se hiciera gracias a "intermediarios" o mejor dicho, en lenguaje gringo, a la intervención de "lobistas revolucionarios", siempre prestos a poner en palabras socialistas lo que el imperialismo requiere, es más triste aún.
Que la industria farmacéutica es un mal necesario, como la calificara el Presidente, no hay duda. Lo que es imperdonable es que en estos 12 años de gobierno nos hayamos arrodillado ante ellos y permitido que se constituyan en el rubro que más golpea el bolsillo de los venezolanos.
Se ha hablado mucho sobre las transnacionales de las medicinas y su jugoso negocio de desarrollar enfermedades, pandemias, en laboratorios, para luego vendernos los remedios al precio que les dé la gana. Los experimentos de Hitler sobre la genética quedan como un juego de niños, que la historia usa de vez en cuando para justificar otras masacres. Nada de lo que hicieron los nazis en sus campos de concentración se parece a los horrores revelados recientemente, cometidos por los gringos experimentando con guatemaltecos, para probar la eficacia de antibióticos.
Eduardo Samán quiso ponerle un parado a un negocio que vende nada menos que 6 mil millones de dólares al año y salió abruptamente del ministerio que dirigía, sin que nadie diera una explicación al respecto, a pesar de las múltiples exigencias de centenares de chavistas que pidieron una razón. Como presidente de Indepabis, le puso la mano a la industria automotriz, a los automercados, a las carnicerías, y su gestión se hizo sentir. Pero tocar a la poderosísima industria transnacional farmacéutica es harina de otro costal. Caveme tiene de venezolana sólo el nombre. Ahí no se sienta ningún representante del Laboratorio Bolivariano de Analgésicos o la Industria Revolucionaria de Medicamentos para Niños. En esa cámara no hay ni un solo socio criollo. Ellos, junto a la industria armamentista, son los que gobiernan y ahorcan al mundo.
Si al comienzo de este berenjenal nos hubieran explicado que en ocasiones hay que torcer el brazo por la conveniencia de quedar bien con los socios neoliberales de Mercosur, o que hay que ceder aquí para ganar allá, o que todavía somos muy débiles para quedarnos solos en esta lucha contra el monstruo capitalista, tal vez hubiésemos entendido que debajo de la punta del iceberg es donde se debate nuestro futuro. Lo otro, mentir o, peor, callarse, es simplemente esconder la basura bajo la alfombra. Siempre termina descubriéndose.
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